Del monopolio del sufrimiento
[¿No ve que estoy profundamente arrepentida?]
Del sufrimiento que nos impide morir.
Vivimos para seguir sufriendo.
Y para sufrir, es preciso vivir.
Dentro del cuadrado negro, uno rosado. Tonos de la gama del rojo, coherentemente distribuidos.
Luz cálida. Y pelucas. Pelucas extraordinariamente adheridas –a la locura del sufrimiento, al sinsentido de una lógica sin precedentes-. El regodeo en los asuntos que nos angustian –nos angustian tanto- que no podemos decir. La unión de la brutalidad y el grotesco, allí donde el melodrama es parodia, donde lo cómico se vuelve inocente.
[Vaya a buscar la espada, Dolores]
La obra de Claudio Gotbeter cae en manos de Ariel Osiris, para ser desplegada en una gran puesta donde el trabajo actoral se sostiene hasta último momento: trabajo en equipo.
Nunca mejor dicho. Nunca mejor hecho.
[Acompáñeme al balcón]
No es fácil sostener una situación escénica en el tiempo. Mucho menos cuando de rodeos se trata: en La Sufridera carcomen las angustias que difícilmente los personajes pueden transmitir. Ahí está la clave de la comedia. Sufren, luego existen. La dificultad se presenta aquí como materia prima de trabajo: el sin-sentido de las situaciones se convierten en la lógica que mueve la acción. Es en la exageración donde los actores se encuentran dentro del trabajo. Todos "se mueven juntos” porque están en la misma sintonía; comparten un mismo código, producto de un largo proceso de trabajo. Es notorio. Cada uno interpreta su propia versión de una misma canción. Bolero –profundamente comprometido y eficaz- funcional y fiel al teatro; en el bolero se sufre, en el bolero logramos cierta identificación.
María Inés Álvarez, Andrea Giglio, Dante Iemma, Verónica Medina, Marian Moretti, Myriam Ramírez y Paola Triñanes son dueños de cuerpos cuyos movimientos en el espacio han sido metódicamente diseñados: Ariel Osiris no deja libradas al azar la distribución de los cuerpos ni la acción en escena. El trabajo de la dirección se ve en cada detalle.
[La verdad no ofende. Usted sí]
Un personaje entra y sale constantemente. Trae algo distinto. Más certezas, quizás.
Describe una diagonal en el espacio y habilita el “atrás”. Abre la curiosidad.
¿Qué esperan todos? Los mensajes de Homero.
[Ahora, ¿qué hago?]
En La Sufridera ya no se puede morir. Los intérpretes re-significan las palabras y los espectadores comenzamos a captar el código, el del sufrimiento sin fin: la mujer, con el cuchillo clavado, sigue viva y pide que formen una fila. La espera se vuelve eterna al punto en que pierde el sentido. ¿Quién sufre más? ¿Cuál es el límite?
La iluminación de David Seiras gana en economía y genera climas diversos que aportan a las situaciones desarrolladas. La escenografía y el vestuario de Jorgelina Fontanet construyen aquel mundo grotesco que desde el primer momento provoca risa.
[Cada uno se muere como puede]
Sufren tanto que no pueden hacer silencio. Sufren tanto que se contagian entre sí. Sufren tanto que no pueden morir.
Sufren, para que otros no sufran.
Porque el sufrimiento es de las cosas más deseadas, más envidiadas.
[El sufrimiento es mío]
Como la peste bubónica, un círculo vicioso.
En La Sufridera hay que sufrir y el sufrimiento llega al público, que desespera por conocer.
Y es que en realidad se sabe desde el principio: que es el sufrimiento el que nos une:
en la vida, en la escena.
Micaela Gaudino.
Actores: Maria Ines Alvares, Andrea Giglio, Dante Iemma, Verónica Medina, Marian Moretti, Myriam Ramírez, Paola Triñanes
Vestuario: Jorgelina Fontanet
Escenografía: Jorgelina Fontanet
Diseño de luces: David Seiras
Música: Fausto Silva
Fotografía: Adrian Arellano
Diseño gráfico: Adrian Arellano
Asistencia de dirección: Antonella Izaguirre
Dirección: Ariel Osiris